#8M Carmen Amaya

 


Si existe en todo el planeta una bailaora universal, esa es Carmen Amaya. La reina del flamenco nació en Barcelona en 1918 (no en 1913, que casi siempre se menciona) y falleció en Begur (Gerona) un 19 de noviembre de 1963. 

Como la mayoría de los gitanos de España en esa época, la familia de Carmen vivía en una pobreza desesperada y se esforzaban por ganarse la vida como pudieran. Cuando tenía tan sólo unos 4 años, Carmen empezó a salir con su padre. El hombre tocaba la guitarra mientras ella cantaba y bailaba. Después, los dos se dedicaban a pasar la mano o a recoger las monedas que el público les había arrojado al suelo. Carmen tenía tan gracia, que pronto empezó a actuar algunos tablaos. José Sampere, un empresario artístico, fue el primero que se interesó por ella y la llevó a una sala de cierta categoría, el que hoy es el Teatro Español de Barcelona. El gran inconveniente era que su corta edad no le permitía trabajar legalmente, por lo que las fechas de sus vivencias no están muy claras al estar continuamente mintiendo sobre su edad.

"La Capitana" –nombre con el que la habían bautizado en los ambientes flamencos de la ciudad– era una estrella en ciernes cuando estalló la guerra civil española en 1936. Con muchos problemas cruzó la frontera y se fue a Portugal, de donde partió hacia América en un buque que tardó quince días en cruzar el Atlántico. Carmen Amaya triunfó en América y volvió a España en 1947 como figura indiscutible. Había conocido a gente muy importante, llegando incluso a rodar varias películas en Hollywood. También tuvo una importante faceta como cantaora, donde demostró derrochar tanta rabia como bailando.

Por qué Carmen Amaya revolucionó el flamenco

La aparición de Carmen Amaya supuso un punto de inflexión en el baile flamenco en general, y en el baile de mujer en particular.  Antes de ella, las bailaoras enfatizaban los movimientos de la cintura para arriba, los movimientos de los hombros, los brazos y las manos. Llevaban un vestido con un corpiño ajustado y una falda ancha con volantes. Por lo general, llevaban un chal alrededor de los hombros, pendientes colgantes y una flor o un peine de fantasía en el cabello. En contraste, el bailaor masculino bailaba de cintura para abajo.

Carmen Amaya actuaba con el traje masculino de pantalones ajustados, camisa y chaqueta corta, y utilizó el rápido juego de pies que generalmente solo hacían los hombres. Aunque no fue la primera mujer en hacerlo, fue la más memorable. No dejó, sin embargo, de actuar con largas batas de cola de más de cuatro metros. Realizaba también múltiples giros rápidos que se detenían tan repentinamente que dejaban sin aliento. Todo esto fue hecho por una mujer que medía 1,5 m de altura y que solo pesaba alrededor de 40 kilos.

Carmen rompió los esquemas ofreciendo un baile propio, en el que los gestos y marcajes no obedecían a figuras estéticas sino a las emociones que experimentaba la bailaora, la fuerza y libertad que primaban en cualidades reservadas hasta el momento para el hombre así como el carácter propio del palo que interpretaba. Una de las formas de expresión de ese genio fue sin duda, la fuerza expresiva y rítmica de su zapatead, tanto por las técnicas como por la velocidad. 

Con su forma de bailar, Carmen Amaya demostraba que para ella el flamenco era sentimiento, alma y pasión. Su baile parecía surgir de rabia y violencia contenidas, lo que hacía que lo ejecutase con una velocidad y fuerza asombrosas. Hoy sigue siendo modelo de una forma de entender el baile y el flamenco.

Doodle de Google por el aniversario de su nacimiento el 2 de noviembre de 2023.


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